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Método KAPUNKA, el equilibrio entre lo humano y lo tecnológico

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El mayor sentido de nuestro cuerpo es el sentido del tacto. Es probablemente el principal sentido en los procesos de dormir y despertar; nos proporciona el conocimiento de la profundidad o el grosor y la forma; sentimos, amamos y odiamos, se nos ofende y se nos conmueve mediante los corpúsculos del tacto de nuestra piel.

La piel, el caparazón flexible y continuo de nuestros cuerpos, nos cubre por completo, como una capa. Es el más antiguo y el más sensible de nuestros órganos, nuestro primer medio de comunicación y nuestro protector más eficaz. Todo el cuerpo está cubierto de piel. Incluso la córnea transparente del ojo está recubierta de una capa de piel modificada. La piel también se vuelve hacia dentro para cubrir orificios como la boca, las aletas de la nariz y el canal anal. En la evolución de los sentidos el tacto fue, sin duda, el primero en existir. El tacto es el padre de nuestros ojos, oídos, nariz y boca. Es el sentido que se diferenció en los otros, un hecho que parece reconocerse en la antigua valoración del tacto como «madre de los sentidos». Aunque con la edad varía estructural y funcionalmente, el tacto sigue siendo una constante, el cimiento en que se apoyan los otros sentidos. La piel es el mayor órgano sensorial del cuerpo, y el sistema táctil, el primer sistema sensorial que se hace funcional en toda la especie humana y en las especies animales estudiadas hasta el momento. Quizá sea, junto con el cerebro, el más importante de nuestros sistemas orgánicos. El sentido más íntimamente asociado con la piel, el tacto, es el primero que se desarrolla en el embrión humano.
El área superficial de la piel posee un gran número de receptores sensoriales que reciben estímulos. Una porción de piel del tamaño de una pequeña moneda contiene más de tres millones de células.
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